Recuerdo cuando comencé a aprender a meditar, yo tenía la creencia de que cuando lo hiciera “cómo se debe”, comenzaría a ver y sentir cosas raras, que me volvería como esas personas que se conectaban por horas ( eran minutos, pero yo los sentía eternos); pero la verdad es que no era capaz de concentrarme, me aburría, cuando estaba súper concentrada me dormía, en fin; no me sentía la alumna estrella, así que muchas veces me cansaba y desistía de la práctica.
En ese entonces era muy dada a querer emular a otros que veía muy “tesos” y “avanzados” espiritualmente.
Esa creencia de no ser suficientemente buena en la meditación, fue lo que muchos años minó ese deseo, así que no entendía los beneficios de practicarla.
Yo leía a muchos que escribían sobre la meditación y muchas veces esas condiciones que decían como necesarias para practicarla me generaban rechazo, pues mi realidad en ese momento estaba muy alejada de los altares y los cuencos tibetanos; en mi vida los altares era arrumes de libros de un cuarto de reblujo que era el único espacio tranquilo de mi apartamento y en vez de cuencos, mi meditaciones se ambientaban en medio de los sonidos del video juego de turno que estuviera jugando mi esposo; así que todo esto me hacía sentir como si meditar fuera algo que no estaba al alcance de todos.
Pero la vida no se queda quieta y cuando lo tiene que poner a uno en un lugar lo hace, y así fue como por temas de salud, la vida me sacó del status quo del trabajo y los deberes del día a día, y mi cuerpo me trajo el mensaje más lindo que había escuchado en mi vida, y era que me centrara en lo más importante; en mi.
Aunque al comienzo no lo viera de esa manera, al tener más tiempo libre comencé a estudiar más y sobre todo y a sacar el espacio para relajarme y respirar. Pero el cambio trascendental de mi práctica se dio cuando leí en Mujer Holística, “que la meditación era una práctica única para cada quien, que se debía hacer sin expectativas, que sin importar que ocurriera todo siempre era perfecto”.
Estas palabras fueron como un permiso para ser yo, para dejar de sentirme culpable por no ser tan evolucionada espiritualmente y comencé a ver la meditación más como una práctica íntima, en donde esos pensamientos locos, se volvieron los aliados de ese, “conocerme a mi misma”, de entender, de verdad, las cosas que yo veía tan superficiales pero que en el fondo me afectaban mi alegría, mi confianza, mi tranquilidad; comencé a entender qué era aceptarme y como la aceptación era una magia que hacía que las culpas y los autoreproches desaparecieran y entendí, cómo todo lo que yo veía afuera como ataques; provenían de mis propios pensamientos, que se preparaban para vivirlos y después de vivirlos los que alimentaban esa sensación de no ser suficiente.
Al cambiar esta percepción aplicaba la técnica básica de enfocar mi atención en la respiración, pero a nivel mental vinieron a mi muchas cantidades de juegos, películas y personajes que me ayudaron a resignificar esos pensamientos y miedos que veía como monstruos en mi mente, ahora en pequeños peluches, que necesitaban que yo los abrazara y que les hiciera compañía hasta que ellos se cansaban y simplemente comenzaban a desaparecer.
Después de sentirme tan desconectada por tanto tiempo, a medida que iba meditando, comenzaron a surgir en mi interior emociones de felicidad y tranquilidad que no había sentido nunca y cuando me preguntaban, que cómo estaba, a pesar de que por fuera no hubiera pasado nada raro, en mi interior comencé a sentir que lo tenía todo, me empecé a sentir como si me hubieran pasado mil cosas buenas; y así fue como comencé a enfocar mi atención en esa sensación y no sólo mejoré mi salud física, comencé a hacer muchas de las cosas que siempre había querido y no había hecho, como practicar deporte, comer saludable y disfrutarlo, a vivir experiencias cada vez más lindas en familia, entre otras.
En la medida en que comencé a practicar mucho más y ver que cada vez veía los beneficios de manera más rápida, fue que quise enseñar y compartir lo que había aprendido; porque hoy ya entendí que sin importar si estoy en el Himalaya o al lado de mi esposo y su Xbox, o si tengo los ojos abiertos o cerrados, meditar y estar consciente de mi misma es posible, para mi o para cualquiera.